El anuncio de Evo Morales de retirarse de la marcha ha desatado
una tormenta mediática, cuyas repercusiones han resonado con fuerza en las
redes sociales y en los medios de comunicación de todo el país. Apenas había
transcurrido un día desde el inicio de la movilización, cuando Morales decidió
dar un paso atrás, argumentando que su salida era necesaria para evitar que el
gobierno satanizara o criminalizara la marcha, acusándola de buscar
desestabilizar el mandato de Luis Arce. En sus palabras: “La marcha no es de
Evo, la marcha es del pueblo. Por lo tanto, como se sataniza, penaliza y
criminaliza a Evo, he decidido, después de esta jornada, retirarme”.
Este anuncio ha provocado que muchos recuerden el pasado,
reviviendo un sentimiento de traición y deslealtad que no es fácil de borrar de
la memoria colectiva. Morales, una vez más, opta por retirarse en un momento
crítico, en un gesto que muchos califican como una muestra de cobardía
política. Los ecos de su huida a México en 2019, tras las acusaciones de fraude
electoral, resuenan con fuerza. En aquel momento, abandonó el país dejando
atrás a sus seguidores, muchos de los cuales, en la actualidad, han dejado de
respaldarlo. Esos mismos excompañeros del Movimiento Al Socialismo (MAS) no
tardaron en señalar que la división dentro del partido comenzó con la partida
apresurada de Morales, junto al entonces vicepresidente Álvaro García Linera,
la exministra Gabriela Montaño y otros altos cargos, sin esperar ni siquiera a
que sus renuncias fueron leídas en la Asamblea Legislativa. Los dejaron
huérfanos, sin liderazgo ni dirección en un momento en que el país se
desmoronaba política y socialmente.
Ahora, en este nuevo capítulo de la historia de Evo Morales, lo
trágico es que el "Estado Mayor del Pueblo", el grupo que lidera esta
movilización, ha decidido no permitirle abandonar la marcha. Le exigen
continuar hasta La Paz, lo que genera inquietud y preocupación en todo el país.
¿Qué significará esta imposición? ¿Una marcha que corre el riesgo de volverse
masiva, violenta y convulsiva, llevándonos hacia un enfrentamiento que podría
resultar en un baño de sangre entre bolivianos, cegados por un liderazgo que
parece no tener otro propósito más que afianzar su candidatura, a cualquier
costo
El caso de Morales es curioso y profundamente perturbador. Tanto
él como su círculo cercano son plenamente conscientes de que, desde un punto de
vista jurídico, está habilitado para postularse. El propio gobierno ha dejado
en clara esa situación, lo que explica el intento de inhabilitarlo a través de
un referendo. Sin embargo, la gran incógnita es: ¿por qué entonces esta marcha?
¿Qué busca realmente Evo Morales con esta movilización? El desconcierto del
gobierno frente a esta situación se hace evidente. Tienen la ley de su lado, y
recientemente una sentencia del Tribunal Constitucional refuerza esa posición.
Y aun así, no lo acusan por cometer delitos, como el atentado contra la
seguridad de los transportes, tipificado en el artículo 213 del Código Penal,
que sanciona con prisión a quienes alteren o pongan en peligro la seguridad o
la regularidad de los transportes públicos, por tierra, aire o agua
¿Qué hay detrás de estas movilizaciones, de los intentos de golpe,
de los referendos, de las marchas? ¿No será que estemos ante una jugada
estratégica, un autogolpe camuflado bajo la fachada de una división política?
¿No será que Evo Morales, o tal vez alguien más cercano a él, esté orquestando
un plan para retomar el poder y consolidar una dictadura abierta, al estilo
venezolano, sin más pretextos ni disimulos?
La figura de Evo Morales, que alguna vez fue
símbolo de cambio y esperanza para amplios sectores de Bolivia, parece haberse
desviado de ese camino. Hoy, el país lo ve en una encrucijada que no es ajena a
muchos otros líderes latinoamericanos que, habiendo alcanzado el poder con el
respaldo popular, se enfrentan a la tentación de aferrarse a él a toda costa.
Esa tentación ha llevado a Morales a poner en riesgo no solo su legado, sino la
estabilidad de un país que, después de años de polarización y conflictos, busca
desesperadamente un horizonte democrático, con estabilidad y crecimiento
económico.
Mientras tanto, el gobierno de Luis Arce se
enfrenta a un desafío monumental. Por un lado, tiene la responsabilidad de
garantizar la estabilidad del país y evitar que la situación se descontrole, y
por otro, debe lidiar con las intrigas y tensiones internas que la figura de
Morales sigue generando dentro del MAS.
La pregunta que Bolivia se hace hoy es: ¿hasta
cuándo? ¿Hasta cuándo el país seguirá siendo rehén de un líder que ya no
representa el futuro, sino el pasado?
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