Durante más de 70 años, el mundo estaba
dividido en dos bloques ideológicos, políticos, económicos y militares que
arrastraban a varios países que se identificaban con uno u otro bloque enfrentado, uno de ellos era el bloque
capitalista, basado en la ideología liberal, la democracia representativa y el
libre mercado, liderizada por los Estados Unidos, el otro bloque era el modelo
comunista de sociedad, basaba en la ideología marxista-leninista, democracia
popular de partido único y capitalismo de Estado en el que todos los medios de
producción eran propiedad del Estado, liderizada por la Unión Soviética.
Con la caída del Muro de Berlín, en 1989, se
produce un rápido colapso de los regímenes del bloque soviético, llamado bloque
del “socialismo real”, en el que el mundo descubre, un desastre económico sin
parangones, que imposibilitó seguir el
ritmo de las economías
capitalistas desarrolladas,
dejando una herencia de escasez, quiebra de los servicios
públicos y de las empresas industriales; con devastadoras consecuencias
ecológicas, de contaminación y despilfarro de recursos de la industrialización
mediante la planificación autoritaria; el carácter ficticio de la igualdad que
pretendían haber logrado, se traducía en subempleo para la inmensa mayoría de
sus poblaciones, en doble jornada de
trabajo para las
mujeres y privilegios
y corrupción para
las elites gobernantes, que combinados
dio fruto al rechazo y apatía social, emergiendo una sociedad desarticulada,
desamparada y víctima de los extremismos y la intolerancia.
De la caída del Muro de Berlín surge un mundo
unipolar en el que aparentemente las ideologías ya no son necesarias, sino que
estas son sustituidas por un pensamiento económico único neoliberal con una
fuerza arrolladora, que hizo pensar que estábamos ante el “fin de la historia y
el último hombre” (Fukuyama) que supondría el fin de las guerras y las
revoluciones, que pondrá fin a las ideologías que serían reemplazadas por la
ciencia, la economía de libre mercado y la democracia representativa para
satisfacer las necesidades fundamentales del ser humano.
A partir de la caída del muro de Berlín, el
discurso anticapitalista, antiimperialista de la lucha de clases, de la
vanguardia obrera, de la lucha de guerrillas etc., entra en una profunda crisis
política, demostrando su fracaso en el mundo entero. Una primera consecuencia
de este fracaso es la desaparición de la clase obrera, como sujeto político de
ese cambio. Ante este panorama desolador los comunistas de este nuevo milenio
se replantean la lucha por el poder rescatando las teorías políticas de
Gramsci, Laclau, Mouffe, etc., y siguiendo sus teorías, plantean la lucha
contra el capitalismo como una cuestión esencialmente ideológica y cultural,
una batalla por imponer un nuevo relato contrahegemónico al neoliberalismo
unipolar, que exprese el sentido común de época a partir de un sistema de
concepciones expresadas en formas simbólicas, en el que se resignifican las
palabras y los discursos políticos. Este cambio de los paradigmas y contenidos
significa la reelaboración de las mismas teorías y contenidos, pero con otro
lenguaje y ropajes, de esta manera ya no se habla de dictadura del
proletariado, sino de democracia radical, democracia popular, democracias en
acción, etc., ya no se habla de clase obrera, sino de clases sociales, clases
plebeyas, clases subalternas, clases laboriosas, clases menesterosas, etc.
La
nueva izquierda surgida de las cenizas de la caída del muro de Berlín, remplaza
a la clase obrera como sujeto político del cambio, por nuevos actores con
identidad de género, origen, raza, cultura,
que son las minorías disconformes, como las mujeres, indígenas,
ambientalistas, personas LGTB, animalistas, etc. cuyas demandas de igualdad y
respeto a sus diferencias son las que convocan e interpelan a las élites
políticas y proponen cambios en las agendas políticas, económicas y sociales,
que atiendan sus demandas de inclusión, no discriminación y reconocimiento de
derechos, garantías y libertades, que a lo largo de la historia han sido
negadas sistemáticamente.
Este
nuevo discurso contrahegemónico al mundo unipolar, basado en la batalla
cultural e ideológica, se replantea las formas tradicionales de asalto al poder
armado foquista o revolucionario y acoge los planteamientos liberales de acceso
al poder por la vía de la democracia representativa, que les otorgue legalidad,
legitimidad y legitimación en el origen del poder, sin embargo, una vez
instalados en el poder, poco a poco, con más o menos intensidad, comienza a
utilizar los mecanismos democráticos para afianzarse en el poder a través de
una sucesión de procesos electorales, unas veces opacos y poco transparentes y
otras francamente fraudulentos, para eternizarse en el poder mediante una serie
de referéndums, cambios constitucionales, nuevas estructuras institucionales,
revocatorios, plebiscitos, etc., que afiancen su hegemonía política.
En
América Latina en 1990 surge el Foro del San Pablo, como una organización de
partidos de izquierda que plantea un conjunto de acciones coordinadas para
acceder al poder de forma democrática, pero con intenciones dictatoriales, pero
que a diferencia de las antiguas dictaduras militares, en el que el uso de la
fuerza y coacción del Estado era de manera abierta y brutal, se plantean la utilización
de la fuerza y la coacción del Estado de manera invisibilizada, oculta y simulada,
ese mecanismo mediatizado es esencialmente
el poder judicial, que en vez de utilizar tanques, fusiles y metrallas,
utiliza sus sentencias, actuados y resoluciones para amedrentar, perseguir y
acallar a la oposición política y disciplinar a la sociedad, es la parte
bestial de esa batalla cultural no violenta de lo que Gramsci llamaría el “puño
de hierro envuelto en un guante de seda”
(Con
este artículo iniciamos un pequeño ciclo de análisis político para tratar de
entender el momento político que vivimos)