La "gran marcha para salvar la vida" terminó, irónicamente, siendo el funeral político de Evo Morales y su MAS. Lo que prometía ser una movilización histórica, impulsada por el otrora todopoderoso caudillo, terminó convirtiéndose en un espectáculo tan deslucido que, francamente, daba más lástima que miedo. Desde el primer día, la escuálida y anémica convocatoria dejó en claro a Morales que esta vez la multitud lo había abandonado.
Morales, viendo el panorama desolador desde el inicio, quiso tirar
la toalla a la primera de cambio, buscando el pretexto más trillado: que el
gobierno estaba "criminalizando" su presencia. Sí, claro. Si es que
apenas había gente, la marcha del millón no paso de 3000 pelagatos. Pero, como
si fuera un mal chiste, el autodenominado "Estado Mayor del Pueblo"
no le dejó escapar tan fácilmente. Lo forzaron, por su propio bien (y por el
nuestro, porque si hay algo que nos gusta es un buen espectáculo), a terminar
lo que había comenzado. Ni siquiera los viejos líderes pueden darse el lujo de
bajarse del barco cuando les conviene, ¿verdad?
La llegada a El Alto presagiaba el clímax de la película: el
enfrentamiento épico entre las milicias evistas y las fuerzas arcistas
disfrazadas de “pititas de choque” se esperaba como la telenovela de la noche,
la expectativa era alta, ¡un drama fratricida en el altiplano! Pero, oh,
sorpresa: lo que apareció no fue un ejército, sino más bien una triste y
enclenque brigada, digna de compasión. Tanto así que, según cuentan, los
defensores de Arce abandonaron sus trincheras, no por miedo, sino para evitar
que la marcha cayera en el ridículo absoluto en la ciudad de El Alto. Porque,
seamos sinceros, un fracaso tan monumental merece ser visto no solo por los
alteños, sino por todo el país. En su enorme benevolencia seguramente los
arcistas se preguntaron ¿Quiénes somos nosotros para privar al resto de Bolivia
de semejante espectáculo?
Y luego llegó el gran final: el desfile por la autopista de la
imponente La Paz. Lo que ya era un cuadro bizarro se transformó en algo más
cercano a una tragicomedia. Ahí, frente a todos, Morales protagonizó un mitin
digno de un drama del siglo XIX. Lo que estaba frente todos los espectadores
era algo tan desconcertante y asombroso, más parecido al golpe o auto golpe de
Zuñiga, que al discurso de la “candidatura de Rojas” relatada en esa famosa
novela de Chirveches, el Evo estaba ahí farfullando un discurso tan
desarticulado que uno se pregunta si realmente era él o era un “cover”. Las
promesas y amenazas que dieron origen a la marcha —las exigencias de renuncia
de Luis Arce y David Choquehuanca, el ansiado ascenso de Andrónico Rodríguez—
se desvanecieron como un mal sueño. Y claro, la ausencia del mimado del Chapare
en el acto final fue notoria, pero ¿quién podría culparlo?
Y la guinda del pastel: el giro inesperado de Morales. En un acto
de mágica transformación discursiva, ya no pedía la cabeza de Arce, sino la
renuncia de un par de ministros. Un final tan tibio y anodino que parecía una
broma de mal gusto, una parodia de su propio personaje. Al final, todos nos
preguntábamos dónde quedó ese fervoroso grupo de manifestantes que exigía su
habilitación como candidato para 2025 y la solución a la crisis económica. Ah,
sí, se perdieron en algún lugar del camino hacia La Paz, probablemente
Y así, con el más flojo de los aplausos, el gran caudillo anunció
que su responsabilidad terminaba allí. "Me voy al trópico de
Cochabamba", dijo, como quien anuncia un retiro espiritual después de un día
particularmente duro en la oficina. Se marcha a seguir trabajando. Por
supuesto, Evo, por supuesto, porque, si algo necesitamos en estos días grises,
es que regresas a “lo tuyo”. Al fin y al cabo, ¿Quién más nos ofrecería este
tipo de espectáculos gratis?
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